La historia del naufragio del Titanic -especialmente su representación cinematográfica- logró instalarse en el imaginario de muchos como una perfecta alegoría de una evitable tragedia. El dramatismo de ese espectáculo consiste en la evidencia de lo irreparable del daño y su ya imparable consecuencia, y en el concierto de valores, conductas y responsabilidades que se exhiben entre los pasajeros y tripulantes en el desarrollo de los hechos. Un escenario simbólico en el que ricos y pobres quedan presa del “sálvese quien pueda” y expuestas ahí su condición, sus virtudes y sus miserias. Por lo que se nos cuenta, algunos pudieron más que otros, y todo por culpa seguramente de otros, pero lo cierto es que la que terminó hundiéndose es la nave en la que viajaban todos.
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